Me
he quedado a las puertas de Tombuctú. Iba buscando la Biblioteca de Kati, que
el poeta José Angel Valente rescató de la oscuridad para mí y que la reciente conquista de la ciudad por los islamistas del Movimiento Nacional de Liberación de
Azawad, llegó a poner en serio peligro.
La
intolerancia en 1468 la hizo salir de Toledo; y, tras un largo
periplo, terminó asentándose en Tombuctú; y la intolerancia, otra vez, la ha
vuelto a sacar a toda prisa de una ciudad ocupada en la que cualquier vestigio
de cultura y libertad de pensamiento es perseguida y condenada a ir a la hoguera. Es una rara costumbre que tenemos los
seres humanos la de quemar libros. Ya sabemos la temperatura a la que arde un
libro: Fahrenheit 451; y también sabemos la temperatura a la que arde un
hombre: Fahrenheit 451. Una simple casualidad. A lo largo de la historia
se han hecho las suficientes pruebas con distintos combustibles sólidos,
líquidos e ideológicos como para saber con certeza a qué temperatura son
quemados los libros y los hombres; y cuál es la relación entre la combustión y
el tiempo de exposición al calor.
Los
islamistas del Movimiento Azawad consiguieron quemar algunos fondos
bibliográficos de los muchos que hay esparcidos por Tombuctú; pero la presteza
de sus guardianes, con la práctica que han adquirido durante 500 años de
persecución e intolerancia hacia los libros, consiguieron repartir entre varios
de sus clanes los manuscritos y llevarlos a una relativa seguridad a distintos
lugares, entre ellos a Bamako, para que nunca se perdieran todos los volúmenes si
el desastre era inevitable. Conseguí localizar algunos en Bamako. Ya utilizó
esta estrategia el sabio Mahmud Kati, cuando vio que el imperio Songhay
sucumbía a los pies de los camellos de un ejército compuesto por moriscos,
marroquíes y renegados cristianos a las órdenes de Yuder Pachá en 1591 para vivir un nuevo exilio, otro más, en
una aldea remota llamada Kirshamba en la ribera del río Níger.
En
Tombuctú hace 500 años se usaban los libros como moneda de cambio, cuando en aquel tiempo
un monasterio europeo podría tener no más de dos mil volúmenes, y fueron los Qûti
(Kati en la actualidad), descendientes directos del rey godo Witiza, y godos
hasta la médula, más godos que yo, quienes huyendo de la intransigencia religiosa,
consiguieron que toda África hablara de sus libros y de sus sabios. Escribe el
poeta Abu al-Abbas Ahmad (1556) un poema que se ha convertido en popular y
mítico: “La sal viene del Norte, el oro viene del Sur, la plata de los
blancos, pero la palabra de Dios, los cuentos hermosos y las actitudes santas
sólo las hallarás en Tombuctú”. Me quedo con sus cuentos hermosos y sus
manuscritos.
He
tenido que detenerme a las puertas de Tombuctú, pero el azar quiso poner en mis
manos su llave.
En Koulikoro, en uno de esos puestos de artesanía que tanto
abundan pude encontrar la llave de Tombuctú. En su parte superior aparece la
huella de un camello, rodeada por las estrellas del cielo que guían al viajero
por el camino escrito en sus bordes hasta Tombuctú, la ciudad que está en
ninguna parte, y que viene representada justo en el centro de la llave,
flanqueada por tres pequeñas flechas que simbolizan sus tres mezquitas. Eso, al
menos, fue lo que me contó el artesano tuareg, que me sacó 20.000 cefas por
ella. Era la única que tenía en el puesto y la historia me encantó, así que
pensé: ¿y si es verdad y tengo en mi mano la llave de Tombuctú? “Con esto”, me
dijo el tuareg, “tienes abiertas las puertas de la ciudad y puedes ir cuando
quieras”. ¿Quién no hubiera pagado 20.000 cefas por tener abiertas las puertas
de Tombuctú?
Tombuctú,
y todo el valle del Níger está lleno de llaves de casas de la antigua
Al-Andalus; las llaves de las casas en Toledo, de todos aquellos que
huyeron o fueron expulsados por la violencia o la intolerancia hace más de 500
años. Mi amado Borges lo escribe, como nadie, de la siguiente manera:
Abarbanel,
Farías o Pinedo,
persecución,
conservan todavía
la
llave de una casa de Toledo.
Libres
ahora de esperanza y miedo,
miran
la llave al declinar el día;
en
el bronce hay ayeres, lejanía,
cansado
brillo y sufrimiento quedo.
Hoy
que su puerta es polvo, el instrumento
es
cifra de la diáspora y del viento,
afin
a esa otra llave del santuario
que
alguien lanzó al azul cuando el romano
acometió
con fuego temerario,
y
que en el cielo recibió una mano.
Viajo
por carretera de nuevo a Bamako pensando que si hoy fuese el día de la conmemoración
de Mahoma oiría, seguramente con emoción infinita, recitar El Libro de las Virtudes del poeta Al Fazzazi,
nacido en Córdoba en el año 1229 y
obligado a huir, como otros muchos, de la medieval Castilla, y cuyos versos pueden escucharse hoy
en día en toda la zona del Sahel bañadas por el Níger; y también pienso cómo
llegaron esos manuscritos hasta aquí, cómo superaron las arenas del desierto,
de la violencia y de la intolerancia; y me imagino a Alí Ben Ziyad Al Quti Al-Andalusí,
descendiente del rey godo Witiza (Qûti deriva de Witiza, de donde procede el
apellido Kati de Mali), convertido al Islam, cuando decide abandonar en 1468 Toledo buscando un nuevo lugar donde establecerse.
Él no podía imaginar las
aventuras que correrían su biblioteca y sus descendientes; que si cada uno de
nosotros hubiésemos defendido los libros con el mismo ímpetu que ellos, no hubieran sido
mandados a la hoguera tantos manuscritos a lo largo de la Historia; ni tantos hombres y mujeres. Pero no todos somos tan fuertes de
espíritu ni tan valientes, y 500 años son muchos años.
Ahora les toca luchar
contra el integrismo islámico. Dicen que en la reciente conquista de Tombuctú,
Kidal y Goma han destruido más de 4.000 manuscritos. Ojalá no sea cierto. Les
debemos mucho a los habitantes de Mali y ha llegado la hora de devolverlo. Yo
por si acaso voy a poner a buen recaudo mi llave de Tombuctú, no sea que lo que
me dijo el tuareg fuera cierto.
En Mali hay un puñado de españoles trabajando para llevar la estabilidad y la paz a esa zona, sin ellos no habría podido dar un paso por la Boa, ni haber cruzado un río, ni haber pasado una noche viendo las estrellas de Mali que brillan más que en ninguna parte. Gracias, por vuestro trabajo, dice la gente de Mali que desde que estáis allí, ellos se sienten más seguros. Si será verdad. Gracias, becerro, marsopa, río....
Bravo por Tombuctú; por no perder nuestros Tombuctús; por los que nos los describen y recuerdan tan amorosamente; por los que trabajan en ellos... ¿Es que estamos siempre a las puertas de Tombuctú? Parece que ésa es nuestra época o, al menos, estos últimos tiempos... Gracias, Norberto.
ResponderEliminarGracias por esas palabras que nos han acercado a un lugar lejano y que para nuestras mentes es sinónimo de no existir.
ResponderEliminarSaludos