sábado, 10 de mayo de 2014

CÉSAR VALLEJO, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ





En La Habana me hice con una cinta de casete con la voz de Ernesto Guevara de la Serna declamando Los Heraldos Negros, ese bello poema de César Vallejo. Sí, ya sé que los radiocasetes ya no se llevan, pero eso fue antes de que todos descubriéramos El Aleph en la pantalla de un ordenador. Si Borges despertara de su sueño y viera una tablet seguramente pensase que le han robado El Aleph, esa pequeña esfera capaz de contener el inconmesurable universo. A veces, echo de menos aquel tiempo en el que llegar a conocer algo costaba un poco más que teclear una simple frase en un buscador de internet; por ejemplo, se hacía necesario ir a una biblioteca donde podías consultar libros; o llevártelos a casa, gratis, sin que te acusaran de pirata; eso sí, había que devolverlos bajo peligro de excomunión.

Esa cinta la escuché muchas veces, hasta que me quedé sin radiocasete; ahora la tengo en un fichero en el ordenador, bajado de youtube, al que he puesto de nombre Los Heraldos Negros en la voz del Che.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos,

Como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza,
como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

No debe ser fácil que te odie Dios y además, es imposible. Eso fue lo primero que pensé cuando leí este poema; aunque es cierto que, a veces, Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! 

Pero, a César Vallejo yo no lo descubrí en La Habana. Cuenta Vargas Llosa que él descubrió la Literatura Hispanoamericana en París. Yo seguí a Vargas Llosa hasta París buscando con su mano, nada más y nada menos que a Madame Bovary, nadie como Vargas Llosa para que me presentase tan divina mujer, acuciada por su segunda caída y el más amado beso. Y en París, yo también siguiendo al maestro, descubrí la Literatura Hispanoamericana y a uno de sus más grandes poetas, César Vallejo.  

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París - y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...


Todavía no sé cuál es mejor sitio para morir, pero París no parece malo. La Habana, tampoco; ni Buenos Aires; ni Roma; ni Londres; ni Beirut; ni Bamako; ni Tunicia, aquella que con sangre y con sal quemó el latino; ni la Argónida; ni por supuesto Heraklión, ni Atenas, ni Troya..., aunque te golpeen duro con un palo y duro también con una soga; son testigos los días jueves y los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos...; parece que ésta es la vida y a ese dolor nadie escapa, César Vallejo sabe que jugamos con los dados eternos y que este pobre barro pensativo, si lo sufre porque el Dios es él.


Aunque siempre nos queda la rebelión de los poetas y, en eso, César Vallejo es inigualable:

Hay ganas de... no tener ganas, Señor;
a ti, yo te señalo con el dedo deicida.

Pero, al final, parece que Dios es digno de lástima, porque no puede hacer más que mirar el sufrimiento del universo como una cruel fatalidad, sin poder arreglar nada; y es él a quien debemos tener compasión: 

Yo te consagro Dios, porque amas tanto,
porque jamás sonríes; porque siempre
debe dolerte mucho el corazón.

Y, a veces, siente pena por Dios; porque seguramente no le salió el mundo que quería crear y, en su soledad, ve como todo ha resultado un disparate... en tanto, es así, más acá de la cabeza de Dios.

Posiblemente, todo esto ocurre porque César Vallejo nació un día que Dios estuvo enfermo:

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día 
que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.

Yo nací un día
que Díos estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Díos estuvo enfermo.


Todos saben que vivo,
que mastico... Y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto. 
Todos saben... Y no saben
que la luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el Misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día 
que Dios estuvo enfermo,
grave.

Puede que resulte que lo que queremos que cambie lo tengamos que hacer nosotros. Y no sé por qué.

Voy a volver a escuchar Los Heraldos Negros en la voz de Ernesto Guevara de la Serna, para eso hemos descubierto El Aleph.



2 comentarios:

  1. Me encanta todo esto. Cesar Vallejos con los Heraldos Negros..un presente tan oscuro y triste.

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  2. Eso es lo buenos de los poetas, Raquel, que para ellos siempre es presente y, además, son los únicos capaces de escribir sobre mármol. Los versos de Homero son tan de hoy como los de Ana Rosetti, Inma Pelegrín o Ana Isabel Conejo. ¿Por qué hay tantos nombres de mujer entre mis libros de poesía de hoy en día? Me alegro que así sea. Tal vez, en la nueva generación del 27 (2027) todos los nombres sean de mujer.

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