domingo, 7 de septiembre de 2014

LUIS GARCÍA MONTERO, ALGUIEN DICE TU NOMBRE


A Luis García Montero lo conocí en La Otra Banda de la Argónida, solía veranear por allí; aunque ya tuve, sobre el papel, encuentros con él en El Jardín Extranjero, (hubo un tiempo en que el Adonáis llenaba buenas alforjas), y en Habitaciones Separadas, (quién no ha soñado con amores que nunca llegan).

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo,
iluminando
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos.

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio…

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
Como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.

Leyendo estos versos, cada día estoy más de acuerdo con Wittgestein y su Tractatus, porque, aunque tú no lo sepas, la realidad es la suma de lo que existe y de lo que no, de lo que somos y lo que soñamos; es la única manera de sobrevivir.
Ya sabemos que la totalidad de los hechos existentes conforma el mundo,…y así está el mundo, no hay más que leer Los periódicos; afortunadamente, la totalidad de los hechos existentes junto a la totalidad de los hechos inexistentes conforman la realidad.
Yo me quedo con la realidad porque así he vivido yo, como la luz del sueño que no recuerdas cuando despiertas.

A Luis García Montero he vuelto a verlo hace poco. Andaba con un libro debajo del brazo y me contó al oído las cuatro palabras del último conjuro: Alguien dice tu nombre. Le pregunté que dónde había que ir y me contestó que a Granada. ¿Cuándo?, volví a inquirir. Vete para allá en el año 1963.  Granada, año 1963 y tratándose de Luis, seguro que me meto en un lío. Así que a Granada me fui. El calendario del bar está detenido en el tiempo y en el espacio. Nada cambia, nadie puede escaparse de aquí. Marca el diecinueve de abril. No han pasado por él ni los últimos once días de abril, ni mayo, ni junio.

Tenía que contactar con un tipo oscuro con pinta de funcionario y vida gris de nombre Vicente Fernández en las oficinas de la Editorial Universo, iba a dedicarme a vender enciclopedias por Granada y su comarca. Mi única relación con el negocio de las enciclopedias anteriormente fue el día que un vendedor de Larousse pasó por casa para explicarle a mi padre lo importante que era tenerla en un hogar para la educación de los hijos y su futuro, como un resumen jerarquizado de toda la sabiduría antigua y moderna que contiene muchos datos sobre don Juan de Austria, la capital de Noruega, las enfermedades de la remolacha las técnicas de caza, la cría de jilgueros… Mi padre, por supuesto, compró la Larousse y yo, aunque soñaba con la Enciclopedia Británica que Borges leía de niño y que siempre asocié al Aleph, empecé a leerla cada día. Diez tomos y una addenda que nos fue remitida a casa dos años después de la compra por aquello de que la geografía y las fronteras son muy inestables.


Vicente Fernández no es gordo, ni delgado, ni alto, ni bajo, ni joven, ni viejo. Da pena ver cómo dice adiós al final de la tarde y se marcha hacia su casa, refugiado en sí mismo, con pasos torpes, su cartera negra en la mano y todo el peso del calor de la ciudad encima de los hombros. Es de ese tipo de personas a las que siempre le hacen daño los zapatos, me explica Luis García Montero. ¿Y voy a pasar todo el verano con un tipo así en Granada en el año 1963? También hay un joven, prosigue Luis, de veinte años, se llama León Egea, quiere ser escritor y trabajará allí también este verano. Luis me enseña las fotos y me fijo en Consuelo, la secretaria. Es guapa y todo el que trabaja para la Universal la mira como si ella acabara de llegar de París o de otra galaxia.

No te fíes de todo lo que ves, me dice, los hombres prudentes no se llevan la vida por delante, son carne de oficina, pobres funcionarios de la obediencia. Sabes que siempre he estado alerta, le contesto; cuando anduve dando retazos por la política aprendí, Luis, que las bellas palabras engañan, disfrazan las mentiras, que detrás de las sílabas graves que forman conceptos como cultura, pueblo, ideas, deber, compromiso, honor se esconde una humilde comisión para los vendedores. Sí, una pena que siempre estemos en manos de vendedores, ése es el gran mal de la palabra.

He pasado parte de este verano en Granada, en el año 1963, por culpa de Luis García Montero, pero no me arrepiento.
Hasta otro verano, Luis, que alguien dice tu nombre. 


                                   







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