lunes, 8 de agosto de 2016

DÍAS Y VIAJES, AQUELLA VISITA A PAUL BOWLES

Coincidí con Paul Bowles preparando un viaje a Ítaca allá por el año 1990 o antes, que no recuerdo bien porque decidí olvidar las fechas y retener los momentos.

Mi viaje a Ítaca es una larga historia que comenzó como un diario; y que terminó dominada completamente por la ficción en esos límites de la realidad fácilmente conquistables cuando la verdad se convierte en insuficiente para expresar lo que queremos decir.

Los diarios se llenan fácilmente de trivialidades y es necesaria la invención para que parezcan reales. Además nunca escribimos para reflejar cómo somos; sino cómo queremos ser y cómo queremos que nos vean los demás.

Mi viaje a Ítaca, realidad o ficción, fue parte de una promesa y, algún día, tal vez lean esa historia.

- Tú y yo sabemos que nunca llegaré a Ítaca. Ya no podré visitar los emporios de Fenicia ni las ciudades del Egipto. Es tarde.

- Tú y yo iremos a Ítaca. Viajaremos por el Egipto, por el Líbano, por Túnez, por Libia, por Siria; y por Turquía cruzaremos el Helesponto, yo lo haré a nado; y del Peloponeso a Ítaca.

Ella tira a Paul Bowles y a su Cielo Protector lejos de la cama. Con los pies, también, arroja al suelo, lejos del edén que conforman las sábanas y su cuerpo, las enciclopedias; quiere que salgamos del mundo y me toca con sus manos buscando ese lugar donde sólo el deseo existe. Se quita el pañuelo pirata que tapa su cabeza y yo toco esa cabeza desnuda y suave, la misma que tocaría su madre en el momento de su nacimiento, por esos lugares en que su enfermedad se da a conocer en los bordes del cuerpo; con la apariencia, como un buen estratega, de detenerse por dentro y atacar la superficie.

- Nuestra primera parada será Tánger, allí estaremos un día, la Tánger internacional. Hay que preguntar por la casa de Mariquita, la sombrerera, ella nos dirá dónde vive esa tal Juanita Narboni.

- Me duele todo.

Esa tal Juanita Narboni me llevó hasta Paul Bowles. “No sé por qué quieren visitar a ese americano loco, lleno de atrevidas costumbres; su mujer anduvo liada con su sirvienta; él, vaya satanás a saber con quién; ay, Virgencita. Juanita Narboni vive atrapada por ella misma, como su creador Ángel Vázquez, que bien pudo haberse enamorado de mí cuando llegué a Tánger.

 A todos los escritores que conozco les pregunto por qué escriben. Paul Bowles, que es un cínico, extranjero en todas partes, esboza una media sonrisa a izquierda, y me contesta por todos sin referirse a él: primero debo decirte que las preguntas que empiezan con “por qué” no se pueden responder con inteligencia ni veracidad; pero te diré que muy pocos escritores aducen necesidad económica como razón por la que ejercen su profesión. Pero la mayoría dan a entender que los impulsa a escribir una fuerza interior irresistible. O la búsqueda de la miserable inmortalidad.


Yo le dije que lo mío viene de lejos; y que culpo de mi adicción a la escritura a don Ramón Asquerino Fernández; también le comenté que siempre he preferido la lectura a la escritura y que no evoco a la inútil y eterna corrección de borradores la publicación de lo que hago.

- Si sigues así te convertirás en un charlatán pedante- me dijo con sorna; para continur hablando- esa mujer está muy pálida, yo tú la llevaría a un hospital.

-  Últimamente no sale de ellos.

- Hubiera sido mejor ir a Ítaca en avión.

- Queríamos que nuestro viaje fuera largo.

- Tiene toda la pinta de que va a ser tan largo,que ella se va a quedar aquí para siempre- y siguió hablando- ¿Sabes? No hay tarde en la que no reciba la visita de alguien a quien no he visto nunca, ni probablemente vuelva a ver. Éste es un problema grave de hace solo uno o dos años.

- Hoy soy yo esa persona. Pero debe reconocer que la culpa es solo suya; si no llega a publicar nada, nadie hubiera llegado hasta aquí. ¿Por qué lo hizo?

- Quedamos mañana en la estación; iremos a Boussif- dijo sin contestarme.

Durante nuestro viaje en tren siguió hablando de su experiencia en África: el musulmán piensa del comunismo más o menos lo mismo que el hombre de ciudad piensa de la fiebre aftosa: es una seria enfermedad pero él no corre peligro de contraerla; bajo la protección del Islam se siente a salvo de ella.


- Tal vez cuando la tenga, no la haya sentido antes y ya sea tarde- le digo

- Más bien al contrario- me contesta.

Y continúa hablando:
- Quien está enferma es esa mujer que te acompaña,

- Lo sé, está muy enferma.

- Parece mucho mayor que tú.

- También lo sé. Se ha quedado muy delgada, pero mantiene algo de sus formas hermosas. Y su cara es bonita. Retiene trozos de belleza con cada paso y me parece que nuestro viaje a Ítaca va a diluirle los fragmentos de sufrimiento que también destila por su carne. Porque ella, como todos nosotros, vamos repartiendo alegría y dolor a todos aquellos con los que nos tropezamos. Esta es una larga historia- le digo- y ella me ha emplazado a que la escriba para dentro de treinta años, así que ahora no puedo contarle mucho.

- Dentro de treinta años terminarás inventándolo todo.

- Lo sé; pero treinta años pasan volando.

Cambio de tema preguntándole que qué tal Tánger ahora.
- El aire y el viento son todo lo que queda de Tánger- me contesta mientras las secas colinas pasan amarillas por la ventanilla del tren.

Ella se ha quedado dormida, mañana le toca una dura sesión de quimio; pero recordará perfectamente esta noche pasada, cuando estuvimos con Paul Bowles en Boussif, camino de Ítaca y ella no paró de hablar de libros y viajes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario