domingo, 11 de septiembre de 2016

ESQUILO Y LA CONSTRUCCIÓN DEL ALMA HUMANA: JUSTICIA O VENGANZA


En verano siempre conviene volver a los clásicos. Su lectura, cerca del mar o la montaña, o después de pasar una mañana en kayak subiendo el gran río de la Argónida, alejados de esa wifi con forma de serpiente que cada vez nos ata más a la nada, nos vuelve a recordar que sólo somos seres humanos cuyo alma fue pintado por increíbles artistas con la fidelidad de un fotógrafo hace más de dos mil años.

Este verano he pasado unas horas con Esquilo, veterano soldado que luchó contra los persas en las batallas de Maratón, Platea y Salamina; testigo del nacimiento de la democracia ateniense y del poder del pueblo sobre los tiranos. Por gente como él, como Conrad, London, o Cervantes quise yo hacerme soldado o marino; pensé que era la manera más corta de tener un destino literario; como siempre me equivoqué, era el camino más largo.

Este verano me he ido con Esquilo a las playas de Bajo Guía, de las Piletas, de la Ballena y de Faro Blanco. Me he sentado en el Areópago con los ilustres atenienses, y he dictado justicia:

He decidido declarar inocente a Clitemnestra del asesinato del rey Agamenón, su marido, recién llegado de la ciudad de las altas torres; y de su amante la adivina Casandra, hija de Príamo, convertida en su esclava después de todos los crímenes atreidas acaecidos en Troya, que han quedado sin redención, sin justicia y sin venganza. Y he decidido perseguir a Orestes, de la mano de Álvaro Cunqueiro, o sin él, y que se cumpla la condena ha muerte que he dictado sobre él. Poco me importa que el mismo dios Apolo, haya declarado justo el perverso crimen de Orestes cometido contra su propia madre.

Primero, escuché a Clitemnestra: ¿Y tú quieres oír la sagrada ley de mis juramentos? Por Justicia que ha vengado a mi hija; por Ate y por Erinis, a quienes he sacrificado a este hombre, no se me ocurre ni pensarlo que el temor pise este palacio mientras encienda el fuego de mi hogar Egisto, leal a mí como hasta ahora. Ése es para mí escudo no pequeño de valor. Yace en tierra el que ha injuriado a esta mujer, felicidad de las Criseidas bajo Ilión; y también esa esclava y adivina, la profetisa que compartió su lecho, fiel concubina, que ha desgastado junto a él los bancos de la nave. Ambos han tenido lo que merecían. Pues él, así, sin más, y ella después de cantar el último lamento de la muerte, yace, su amante, y me la ha traído el propio marido para condimento de mi gozo.

- ¿Mataste a tu marido?

- Por justicia vengué la muerte de mi hija.

- ¿Qué justicia, Clitemnestra, la tuya?

- Sí, la mía. ¿Cómo crees que he podido soportar la muerte de mi querida, de mi amada hija Ifigenia, cuando era sólo una niña? Un sacrificio inútil, realizado tan sólo para que los vientos fueran favorables y la flota pudiera partir hacia Troya en una guerra de venganza, por recuperar a Helena, que tan sólo quería ser libre lejos del criminal Menelao.
Mi pequeña Ifigenia, muerta a manos de su propio padre. No, innoble no creo que haya sido la muerte de Agamenón. Pues ¿no es éste quien ha traído una dolosa calamidad a la casa? Sufrió merecidamente por lo que hizo sufrir a mi retoño nacido de él, mi Ifigenia tan llorada. Que no se jacte demasiado en el Hades: con su muerte a filo de espada ha pagado todo cuanto hizo.

- El coro no piensa como tú, Clitemnestra, el coro, todo Micenas, no para de llorar la muerte de su rey Agamenón. Cree que sin el tirano la sociedad sufrirá males interminables. Acaba de cantar: ¿Qué destino podría venir en breve, sin excesivo sufrimiento, sin prolongada enfermedad, trayéndome el eterno sueño interminable, después que ha sucumbido el más bondadoso guardián y que tanto sufrió por obra de una mujer? Y ahora a manos de una mujer ha fallecido.

- El coro está pagado por el rey y escribirá para él, para el predominio del hombre sobre la mujer, de la aristocracia sobre el pueblo, del fuerte sobre el débil.
Sí, yo fui esa mujer que mató al tirano, homicida de su propia hija. No me arrepiento, y luego he amado a otros hombres; y no me arrepiento; y nunca me he sentido más libre y más feliz. ¿Tiene el coro, Micenas, Esparta o Atenas, acaso potestad para llamar loca a Helena, por huir de las manos de un marido violento, nefasto, que embarcó con su sed de venganza a tantos hombres hacia la muerte, y fue uno de los causantes del asesinato de la luz de mis ojos, mi pequeña Ifigenia. Que se vayan al Hades cuantos cantan la locura de Helena: ¡Ay, ay, la loca Helena, que tú sola has destruido tantas, tantísimas vidas bajo Troya! Te has adornado tú misma con una suprema, inolvidable corona, a causa de una sangre indeleble. En verdad, había entonces en el palacio una Discordia, establecida allí para desgracia de un hombre.
Tú, como yo, no tienes la culpa de nada, Helena, hiciste bien marchando a Troya para ser más libre y  más amada.

- Pero lo mataste, Clitemnestra por tu propia mano, fue una acto de venganza, no de justicia. La justicia es otra cosa.

- ¿Fue acaso justicia la muerte de mi hija, en un sacrificio inútil para llamar a los vientos a empujar la flota hacia Troya? ¿Fue acaso justicia asesinar a miles de hombres, mujeres y niños en Troya, sólo por recuperar a una esposa que huyó de su marido? Eso era venganza, y lo llamaron justicia. Mi acto contra Agamenón ha sido pura justicia y lo llaman venganza.

- Miré los pies de Clitemnestra y los vi muy blancos y muy desnudos y recordé una frase de un escritor uruguayo que anda volando por ahí: la justicia es como las serpientes, sólo muerden a los que van descalzos.

Cuando llegábamos a uno de los caños que entran por la segunda salina, decidí declararla inocente:

- Yo te declaro inocente; pero sabes que los tribunales y los dioses te declararán culpable para que nada cambie; esa es la misión de las leyes y las revoluciones. Cambiarlo todo para que nada cambie.

Vete en paz, pero cuídate Clitemnestra, porque me han dicho que al pueblo ha llegado un hombre que se parece a Orestes, tu hijo; pero a Orestes sólo se le parece Orestes; luego ha llegado a Orestes;  y viene contra ti, pidiendo venganza o justicia, que para eso están los clásicos para movernos el alma en un verano tranquilo a orillas de La Argónida.




1 comentario:

  1. ¡Ah dioses de nuestra raza, que sabéis dónde está la justicia, escuchadnos! Si no dais pleno cumplimiento porque es contra el Destino, al menos, vosotros que detestáis prontamente la violencia, sed justos...

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