domingo, 6 de mayo de 2018

CUANDO LOS POETAS DESPRECIARON A LA SERPIENTE

Como buen hijo de marino mercante que navegó de Göteborg a Rotterdam y, más tarde, a Estambul; yo, sin haber salido de La Argónida, cambié tres veces de colegio en menos de cuatro años. Primero, el colegio Divina Pastora; luego, el Laboral y; al año siguiente, con siete años, arribé, después de un intento frustrado de ingresar en los Maristas, en el colegio El Picacho.

El colegio El Picacho era un colegio de huérfanos de marineros y pescadores; a él iban a parar los niños a cuyos padres se los había comido la mar o la vida, vestidos de marineros. Era una gran nación en miniatura formada tan sólo por los habitantes más pequeños de la costa que tenían cuentas pendientes con la mar. Uno entraba con seis años en el colegio y salía casi en el infinito si decidía estudiar la Formación Profesional de Marítimo-Pesquera.

Yo le debo demasiado a El Picacho: unos buenos amigos que hablaban en idiomas extraños que yo desconocía; la compañía de esos escritores que habitaban las clases de Literatura de don Ramón Asquerino, el gran don Ramón; una biblioteca para niños y para hombres que distraídamente dejaba perder en nuestras desordenadas manos páginas a veces incomprensibles; muchas horas de fútbol con don Robustiano; incontables viajes en aviones imposibles a todas las capitales del mundo en una rueda de preguntas y respuestas, lejos del aula en el campo, con don Alejandro, y la eterna pesadumbre de unos niños cuya única esperanza era volver a casa pasados unos meses a recibir un beso de su madre cada noche, que para los internos las noches de invierno eran muy largas. En El Picacho, con el verano, llegaba Dios vestido de mujer.

Con los hermanos Garea que eran de La Coruña escuché por primera vez a Rosalía; Freire era de Villagarcía; los hermanos Koldo e Iñaki, grandes y buenos, eran vascos, de Ondárroa, como Olondo que había perdido un ojo de una pedrada. Siempre deseé que le fuera muy bien en la vida y que siguiera viendo con un solo ojo más que el resto de los niños que teníamos dos. Un internado no es buen lugar para andar con un ojo de cristal.

Uzkola era de Lekeitio y con el padre Vitorino, cura y leonés, tuvo una discusión una mañana lluviosa, que fue la mayor lección de libertad que he recibido en mi vida y que todavía recuerdo. 

Recién llegados del verano de 1976, el padre Vitorino nos mandó hacer un trabajo sobre la tierra de la que cada uno de nosotros procedía. Corría el año 1976; no, no corría, se arrastraba.

Uzkola que a la par de tener once años, era vasco y valiente, entregó un mural que colgó en la pared de la clase y en la que aparecían fotos de terroristas de ETA disparando en un oscuro bosque francés; mientras que subtitulaba cada foto hablando de libertad e independencia.

El padre Vitorino nada más ver la cartulina verde sobre la pared, le dijo a Uzkola, que "la libertad había que ganársela sin la violencia sobre los inocentes. No se puede matar a nadie porque piense diferente a ti. Que tan lícita es, Uzkola, tu forma de pensar como la contraria, siempre que no sea amparada por el crimen. Sin ese camino de convivencia tendremos todo perdido. Sobre todo, lo tendrán todo perdido los asesinos. Debes saber que las víctimas vencerán, las víctimas siempre han vencido".

Después de 853 inocentes asesinados, más de dos mil heridos y más de cien mil exiliados por la extorsión y el miedo, creo que el padre Vitorino tenía razón, y también creo que había leído a Tocqueville:

Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra.

Me figuro que yo habría amado la libertad en todos los tiempos, pero en los que nos hallamos me inclino adorarla.

En El Picacho en el año 1976, escuchamos a Jarcha cantar su libertad sin ira, luego llegaron Mocedades, Prada y todos los cantautores del momento que andaban lanzando palabras a la Transición. Tuvimos esa suerte. Nunca supe por mediación de quién llegaban a El Picacho esa gente que estaba escribiendo con versos la Historia del momento. Nosotros la vivimos.

Los grandes colegios son grandes por sus profesores y sus invitados, poco cuentan los alumnos; y el colegio El Picacho en aquellos tiempos fue grande. Me hubiera gustado nombrar a todos los profesores, y a muchos buenos amigos que llevaré siempre conmigo.

Aquel año de 1976, ante aquel mural donde todos por primera vez oímos hablar de ETA, con noticias recién traídas de Lekeitio, no podía imaginar que aquellos encapuchados que aparecían en aquel mural iban a llenar de muerte y desolación, sin más motivo que el puro crimen, una nueva sociedad libre que andaba amaneciendo.

Aquel año de 1976, no podía ni imaginar que a finales de los años ochenta y principios de los noventa esos encapuchados harían que yo tuviera que mirar los bajos de mi coche cada mañana o fijarme en los pequeños detalles que me rodeaban. Aquel año de 1976 no podía imaginar que esos terroristas que querían asfixiar la libertad en España matarían a cuatro amigos míos, a Manuel Rivera, el 31 de enero de 1987; a Miguel Peralta, el 24 de mayo de 1994; a Jesús Cuesta, el 9 de enero de 1997 y a Pedro Antonio Blanco, el 21 de enero de 2000.

Por lo visto, esta semana ha estallado la paz; pero, en realidad, lo que se ha cumplido ha sido el vaticinio del padre Vitorino durante una clase de Geografía e Historia en el colegio El Picacho el año 1976: las víctimas vencerán y los asesinos serán derrotados, porque vencerá quien de verdad luche por la libertad. Ahora falta que la justicia resuelva los 379 asesinatos que quedan por aclarar, que se encuentre a los culpables y que cumplan su condena. Pues un crimen de lesa humanidad no prescribe y debe de ser perseguido, igual que se persiguió a los nazis y a su régimen racista, xenófobo, genocida y criminal.

Por cierto, durante la presentación que hizo Iñaki Gabilondo de la novela Patria de Fernando Aramburu, a la que acudí, una espectadora le preguntó al autor que por qué el sacerdote de su novela no salía muy bien parado; y la respuesta de Fernando fue: "es muy difícil, si se repasa toda la tradición literaria española, que un sacerdote salga bien parado". Puede que la tradición desde el Libro del Buen Amor, pasando por el Lazarillo hasta Patria así sea; pero, desde luego, en estos cincuenta años de crímenes etarras siempre se echó de menos que la Iglesia diera un paso al frente con aquellos cómplices con sotana que ocultaron armas terroristas bajo el Sagrario o escondieron a asesinos en los confesionarios y que tanto daño hicieron a gente de bien en el País Vasco. A lo mejor no basta con pedir perdón. De los políticos, hasta un ultraísta se quedaría sin metáforas.

Todo esto ha ocurrido al octavo día que fue cuando, según unos versos de Juan Carlos Mestre, los poetas despreciaron a la serpiente.








2 comentarios:

  1. Hermoso recuerdo hecho himno y poesía. Gracias, sr. Norberto Ruiz Lima, desde Argentina lo saludo con respeto.

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    1. Gracias a ti, Liliana, ahora ando leyendo a César Aira y Roberto Arlt. No sé por qué pero nunca puedo abandonar Argentina. Igual Borges tiene la culpa.

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